jueves, 23 de agosto de 2018

la película invisible de vittorio


A día de hoy Un monde nouveau / Un mondo nuovo (1965) sigue resultando invisible, ayuna de ediciones en formato doméstico y refractaria a su programación en cinematecas y festivales.

Su reparto está encabezado por Christine Delaroche en el papel de Anne, una estudiante procedente de Clermont Ferrand que cursa primero de Medicina en París. En un baile de disfraces en la Sala Wagram conoce a Carlo (Nino Castelnuovo). El padre de Carlo fue partisano y ahora es un burgués. Por eso Carlo ha abandonado sus estudios y trabaja como fotógrafo. Anne y Carlo se sienten atraídos inmediatamente, hacen el amor y se ven separados por la multitud. Durante los días que siguen ninguno logra olvidar al otro. Anne se confía a Judith (Nadeige Ragoo), una compañera: cree estar embarazada. Algún tiempo después Carlo la localiza en la universidad. Está enamorado de ella y quiere casarse. Sin embargo, es incapaz de asumir la paternidad y le sugiere un aborto. El debate entre ambos pone en cuestión la situación de la sociedad contemporánea y la imposibilidad de traer al mundo hijos en estas condiciones, un tema que también tiene eco en ¿Y cuándo llegará Andrés?. Anne termina accediendo. Para poder pagar la intervención Carlo se prostituye. Cuando la señora acaudalada (la veterana Madeleine Robinson) se entera de para qué quiere el dinero le pone en contacto con una comadrona de confianza (Isa Miranda). Anne sube al piso y Carlo la espera en un café. Cuando ella regresa entran en un cine a ver un western. Entonces Anne le confiesa que ha decidido seguir adelante con el embarazo. Carlo se queda mirando la pantalla.

Los felices sesenta son para los maduros Zavattini y De Sica una década problemática. Comparten preocupación por la guerra fría en Europa, la caliente en Vietnam, el deterioro medioambiental, la amenaza atómica, el racismo, la violencia cotidiana... Por eso, Judith la mejor amiga de Anne, es togolesa. Por eso, cuando asisten a un atropello y piden ayuda para el accidentado, los transeúntes siguen su camino indiferentes . El París que retrata De Sica no es la Ciudad Luz, sino una ciudad moderna cualquiera, agresiva, inhóspita... Sólo los viejos barrios –los de las películas de Marcel Carné y los decorados de Alexandre Trauner– ofrecen refugio a los jóvenes amantes. Por eso Carlo se empeña en no traer una nueva vida a ese mundo viejo, que no es sólo el de los ideales equivocados, sino también el de la renuncia. Zavattini –por boca de Anne– afirma que entonces habrá que construir un mundo nuevo en el que su hijo tenga cabida, ese mundo nuevo por el que ya brindaba el idealista Michele con los soldados británicos en La cioaciara.

viernes, 15 de junio de 2018

lo sconosciuto di san marino


No nos hemos detenido a desentrañar qué pretendían los creadores –Cesare Zavattini y Vittorio Cottafavi en la parte literaria y el judío polaco Michal Waszynski en la dirección- cuando se plantearon ambientar una historia bélica en la serenísima república de San Marino: Lo sconosciuto di San Marino (1946).

Un cura católico (Antonio Gandusio) y un vegetariano ateo (Vittorio De Sica) se disputan la tutela de un amnésico (el bailarin y coreógrafo húngaro Aurel M. Miloss) llegado a la ciudad durante la contienda. Anna Magnani encarna una vez más a una mujer fuerte, una prostituta de la que se enamora el recién llegado.

En un plazo brevísimo, el desconocido se hace amigo de los niños, enamora a la prostituta, convence al cura de utilizar nuevos métodos para captar adeptos… y se mete en un campo de minas. Es allí donde se lo encuentran los miembros de la compañía de variedades que acompaña al segundo cuerpo del ejército polaco, comandado por el general Anders. Los miembros de la compañía lo recogen y lo llevan a la ciudad. Justo antes salir a cantar Wanda (Renata Bogdanska) recibe la noticia de que su familia ha muerto durante una razzia perpetrada por los nazis.Sin solución de continuidad —mientras tanto o en un universo paralelo, quién sabe— se prepara la tradicional procesión religiosa y Beatrice (Franca Belli), la mujer del ateo, lo ha narcotizado para poder acudir a la celebración. Pero, al ver la cruz, el amnésico recuerda su pasado de nazi despiadado, intenta violar a Beatrice y vuelve al campo de minas para expiar sus muchos pecados. Por el camino, el ateo se reconcilia con su mujer y la prostituta se redime.

Película bizarra como pocas, sin norte ni rumbo, que consignamos por contener uno de los pocos registros cinematográficos de la bella Renata Bogdanska, por el cruce entre ballet y mimo con el que el recién llegado encanta a los niños y por un interludio en la actuación para los soldados en el que podemos entrever a una pareja de bailarines excéntricos.

martes, 15 de mayo de 2018

gran varietà


Gran varietà (1954) es uno más de los musicales en los que Domenico Paolella retrata la historia de Italia. El filón arranca con el documental Cavalcata di mezzo secolo (1952) y sigue con Canzoni di mezzo secolo (1954), Canzoni, canzoni, canzoni (1954), Canzoni di tutta Italia (1955) y Rosso e nero (1955) para rematar con dos cintas dedicadas al festival de música ligera más famoso del mundo: San Remo canta (1956) y Destinazione: San Remo (1959). Son películas rodadas a la carrera, aprovechando la popularidad de los intérpretes y el éxito de taquilla de las primeras entregas. Pero, salvo por el color y los protagonistas, los decorados se reducen al mínimo y los plazos de rodaje nunca exceden la semana por episodio, de modo que una película de hora y tres cuartos se filma en un máximo de cinco semanas. Los guionistas se incorporan a la producción con la misma premura que los intérpretes: escriben su episodio y a otra cosa. En la serie velan sus primeras armas futuros directores como Ettore Scola o Luigi Magni.

Gran varietà toma como excusa el retrato de medio siglo de la historia de Italia reflejado en los modos y costumbres del escenario del Teatro Trianon, de los cuplés picarescos afrancesados al avanspettacolo, pasando por la revista de gran lujo o el fine dicitore que le toca en suerte a Vittorio De Sica. Aquí comparecen de consuno el intérprete formado bajo el ala de Mattòli y el espectador de galas líricas. El fine dicitore es una suerte de cantante-recitador que dramatiza el contenido de sus canciones. Trasnochado en su repertorio y en sus modales, se niega a aceptar que el público prefiera el cine a la canción y que un cantante de sus características deba utilizar ese nuevo invento infernal: el micrófono.

Lea Padovani, su compañera de reparto, interpreta a una soubrette inspirada en Anna Fougez, reina de las perlas, las plumas de avestruz y las escalinatas en los tabarines de los años diez y veinte del pasado siglo. Entre ambos existe una rivalidad descarada –la ascendente estrella femenina y la declinante masculina- que se resuelve en el escenario a base de trucos para robarle la escena al otro y entre cajas con insultos escupìdos entre dientes. Se lleva la palma el que le lanza Anna cuando se da cuenta de que una bailarina del conjunto (Delia Scala) le hace monerías a sus espaldas: “¡Faraón! ¡Sultán! ¡Nabucodonosor!”

La escenificación de una canción sentimental a más no poder titulada “Juguetes y perfumes” termina como el rosario de la aurora y el veterano fine dicitore se empeña en lanzar a la bailarina como nueva estrella. El problema es que tiene éxito con el fox-trot y su propio arte se ha quedado ya caduco.
-“Al destino que viene resignarse conviene” –le espeta a su examante.
-Eso no es más que una canción.
-La vida es sólo una eterna canción.
-Piensa en mí alguna vez cuando la cantes.

viernes, 27 de abril de 2018

aclimatación del neorrealismo a la realidad española


Sin la sonrisa de Dios (Julio Salvador, 1955) es una exaltación de los maestros de la escuela pública, que, según la película, tienen dos apoyos insustituibles a la hora de luchar contra la desigualdad y la miseria que reina en los barrios bajos de una gran ciudad: la iglesia y el Frente de Juventudes. Gracias a la labor asistencial de estas organizaciones y a la integridad del profesor Ponte (Conrado San Martín), el golfillo Piquín (Pepito Moratalla) encontrará un camino de redención mediante la que purgar las culpas de sus padres.


Asistimos así a la plasmación de lo que se venía reclamando desde instancias oficiales españolas desde la explosión neorrelista, que deflagra en España tardíamente, a principios de la década de los cincuenta. Esto es, que la esperanza de matriz cristiana sirva de superación al determinismo que guía los mejores trabajos de Rossellini y De Sica en esta línea. La cita de Ladri di biciclette no puede ser más literal.

domingo, 1 de abril de 2018

gastone


Gastone (1960) es una caricatura en la que el director Mario Bonnard y el actor Alberto Sordi rinden tributo a uno de los maestros del teatro cómico italiano: Ettore Petrolini, o cuando el sustantivo caricato no era despectivo.

En el ambiente de los salones de variedades de la Italia en las postrimerías de la Gran Guerra, Sordi es el gigoló y danseur mondain, eternamente embutido en su frac y engominado y De Sica es un aristócrata calavera que vive de la fortuna de su esposa estadounidense. Ambos se empeñan, cada uno a su modo, en el triunfo de la pujante Naninna (Anna María Ferrero), que conquistará los teatros de París y Londres con sus danzas africanas o americanas. Es el triunfo de la modernidad, que aboca a la extinción al tango, el cancán y toda la Belle Époque. Pero si la agonía de Gaston Le Beau adquiere tintes patéticos, la del príncipe interpretado por De Sica, al contrario, está teñida de nostalgia y savoir faire.

jueves, 1 de marzo de 2018

boccaccio 70


Boccaccio ‘70 (Vittorio De Sica y otros, 1962) es una producción de Carlo Ponti en la que se da cita lo más granado del cine italiano de los años sesenta: Mario Monicelli, Lucchino Visconti, Federico Fellini y Vittorio De Sica realizan sendos episodios que tienen tempo y hechuras de mediometrajes. Sin embargo, el cuento proletario de Monicelli se queda fuera en la distribución comercial. Restan los otros tres que emparejan a Anita Ekberg con Fellini, a Romy Schneider con Visconti y a Sofia Loren, cómo no, con De Sica.

Durante los títulos de crédito del episodio de De Sica, “La riffa”, suena un cha-cha-chá del maestro Armando Trovajoli: “Cuartos, cuartos, cuartos, muchos cuartos, / benditos sean los cuartos, / los queridísimos cuartos, / porque quien tiene muchos cuartos vive como un pachá / y siempre tiene los pies calientes”.

La acción se sitúa, mediante imágenes estrictamente documentales en la feria de ganado de Lugo, en la provincia de Rávena. Un mundo de tratantes y sementales donde el propietario de una caseta de tiro al globito, sortea los favores de su cuñada en una rifa. El espectacular físico de Zoe (Sofia Loren) atrae a todos los hombres del pueblo a participar en el sorteo, incluso el sacristán, un hombre timorato al que llaman Cuspett (Alfio Vita). Sin embargo, Sofia se ha encaprichado de Geno (Luigi Giuliani), un joven atlético que la ha salvado de un toro que se ha escapado. El cuerpo de la Loren, vestido con un traje brillante rojo, además —lo que justifica la atracción del toro hacia la caseta—, ocupa siempre el centro del encuadre. Por si esto no fuera suficiente, globos, sandías e, incluso, el bombo del sorteo, remiten desvergonzadamente a los atributos femeninos que constituyen el premio de la rifa. No menos alegórica es la presencia de garañones, sementales, gallos y marranos en el montaje inicial. En la Italia del boom todo está en venta, como bien dice la canción y Zoe se encarga de explicitar en conversación con su hermana: “¿Por qué no habré aprendido a leer? ¡Si al menos hubiera terminado la primaria! […] Ahora lo que importa es ganar siete u ocho millones. Con eso seré independiente y podré casarme con quien me dé la gana”.

El giro boccacciesco de la historia de Zavattini consiste en que Geno secuestre el carromato y, en tanto llegan hasta allí los del pueblo, Zoe negocie con el sacristán que se quede con sus ganancias y pueda presumir antes sus paisanos de sus proezas amatoria. Mensaje feminista, por tanto, que la propia planificación subraya y desmiente al mismo tiempo. Los espectadores no dejamos de ser como esos paletos que se acercan babeantes a la caseta para contemplar una belleza de la que finalmente sólo podrán disfrutar vicariamente.

jueves, 1 de febrero de 2018

le coppie


Le coppie (Tres parejas, Mario Monicelli, Alberto Sordi y Vittorio De Sica, 1970) es una de aquellas películas de episodios que se produjeron en Italia durante la década de los sesenta y los primeros años setenta...

El tercer episodio está dirigido por Vittorio De Sica y protagonizado por Monica Vitti y Alberto Sordi. Antonio (Sordi) y Giulia (Vitti) son dos amantes adúlteros que se encuentran todos los miércoles por la tarde en el apartamento de él. Un miércoles, al despedirse, Giulia se encuentra con que un león escapado de un circo hace guardia ante la puerta. Obligada a permanecer junto a su amante durante toda la tarde, los conflictos latentes en la pareja terminan por aflorar. Mientras ellos se convierten en dos fieras dispuestas a destrozarse mutuamente, la policía abate al león a tiros.

El adulterio puede continuar, pero el propietario del Circo Zanetti (Gigi Bonos) tendrá que hacer frente al futuro sin la principal estrella de su espectáculo.

lunes, 1 de enero de 2018

ferdinando I, re di napoli



Al principio de la década de los cincuenta Gianni Franciolini y De Sica han coincidido en más de una ocasión -Villa Borghese (1953), Il letto / Secrets d'alcôve (1954)-, pero, sobre todo, en Buongiorno, elefante (1952), una película casi familiar -De Sica, María Mercader, Cesare Zavattini- en la que el actor delega las funciones de reañización en Franciolini.

Franciolini pasó en su no muy extensa carrera de las primeras aproximaciones al realismo en el cine italiano –Fari nella nebbia (1940)- a la comedia de costumbres en la posguerra –sus dos adaptaciones de cuentos de Moravia- para rematar con esta farsa política poco antes de morir. Ferdinando I, re di Napoli (1959) parece hecha como una celebración de últimas ocasiones, porque también es la última oportunidad de ver juntos en la pantalla a los tres hermanos De Filippo. Y del encuentro entre Peppino y Eduardo es de donde surgen los más certeros apuntes de esta celebración del humor como herramienta para ridiculizar el poder. En un  doble sentido, además, porque aunque la acción se sitúa en la Italia meridional del siglo XIX, sus comentarios sobre el buen gobierno, la corrupción de la administración, la injerencia de la Iglesia en los asuntos de Estado y la obligación del pueblo de asumir su propio destino, hablan bien a las claras de la situación de un país en el que la Democracia Cristiana ha hecho del clientelismo político una de las bellas artes.

Todo ello puesto en solfa, burla burlando, sin acritud… Ferdinando I —como sus parientes de por acá— es un monarca castizo al que le gusta la jarana, el buen yantar, las mujeres hermosas y la emoción del naipe. Por ello, no duda en vestirse de guappo —lo que en España se conocía como majo o manolo— y lanzarse a la calle, a las tabernas y a los teatrillos populares, donde se mezcla con su pueblo. Claro que, a él sólo le interesa mezclarse con la mitad de su pueblo de sexo femenino y, de esta mitad, en especial, con la hija de Pulcinella (Rosanna Schiaffino), a la que ha podido ver en un número de proto-striptease.

Ella está enamorada de Gennarino (Marcello Mastroianni), un músico aliado con la causa revolucionaria, pero acepta los avances del rey, para luego burlarlo, a fin de dejar vía libre a los partidarios de la República, que esperan como agua de mayo la llegada de las fuerzas napoleónicas. Poco tiene que ver con la Historia —así, con mayúsculas- la figura de este rey flamenco, cobardica y cachondón al que Peppino saca chispazos en cada intervención. En una solución archiclásica, se hace acompañar de su criado Mimì (Renato Rascel), blanco de sus explosiones de ira, tanto o más que sus ministros, tan ineficaces como prevaricadores.

Eduardo es Pulcinella, el Polichinela de la commedia dell’arte metido en la harina de las revoluciones románicas. Más que los aspectos farsescos de su personaje, le interesa el clown reflexivo, el que se vale del retruécano y la canción bufa para poner en entredicho al poderoso. No hay nada que más escueza que esas cancioncillas que van de boca en boca y nadie sabe quién ha inventado. En descubrirlo pondrá todo su empeño el Borbón. Pulcinella, que ya se ve pendiendo de la soga con el pescuezo tronchado, aprovecha para endilgarnos el “recado”. Se trata de un hermoso monólogo de Eduardo en el que no hace gala de heroísmo alguno. El cómico se puede meter en camisa de once varas pero nunca deja de ser un cómico y, entre la vida y la muerte, la única elección posible es la vida.

Una de sus hazañas se basa en un hecho real y tuvo consecuencias inesperadas en el momento del estreno de la película. Se inaugura con toda la pompa y el boato que la ocasión requiere una estatua ecuestre del rey: tribuna de autoridades, banda de música, parada militar y los napolitanos como coro. Cae la lona que cubre el monumento. Del cuello del caballo cuelga el siguiente pareado: “A tal señor, tal honor”; en tanto que la figura del monarca lleva un extraño tocado:
—¿Qué corona es ésa que me han puesto? —inquiere el rey.
—Majestad… un orinal.
Parece que en la Italia de 1959 un descendiente de Ferdinando I decidió que tal afrenta sólo podía ser lavada con sangre y retó públicamente a duelo al productor y al director.

Los hermanos De Filippo están secundados por una plantilla de cómicos de lujo entre los que destacan Vittorio De Sica en una de esas figuras abaciales que se fueron una de sus especialidades en las producciones internacionales en las que participaba como actor y que se empeña en canonizar al rey en vida a cambio de algunos ascensos en el escalafón eclesial, el turinés Rascel como el sufrido criado del rey, Mastroianni en el rol del músico enamorado de la hija de Pulcinella y Aldo Fabrizi en el papel episódico de un rústico que se va quedando sin pollos a base de sobornos para que el rey reciba una petición de gracia.

A pesar de todo ello, la cinta no resulta gran cosa por la incapacidad de Franciolini para sacar lustre a las situaciones, componiendo casi siempre el encuadre rutinariamente con los dos o tres personajes que participan en la escena en planos medios frontales, como si estuviéramos ante una primitiva realización televisiva. Al menos, esto no nos impide disfrutar del trabajo de los actores, que es lo que debió pensar Franciolini cuando dirigió ésta, su última película.

(publicado previamente en Circo Méliès)