martes, 15 de mayo de 2018

gran varietà


Gran varietà (1954) es uno más de los musicales en los que Domenico Paolella retrata la historia de Italia. El filón arranca con el documental Cavalcata di mezzo secolo (1952) y sigue con Canzoni di mezzo secolo (1954), Canzoni, canzoni, canzoni (1954), Canzoni di tutta Italia (1955) y Rosso e nero (1955) para rematar con dos cintas dedicadas al festival de música ligera más famoso del mundo: San Remo canta (1956) y Destinazione: San Remo (1959). Son películas rodadas a la carrera, aprovechando la popularidad de los intérpretes y el éxito de taquilla de las primeras entregas. Pero, salvo por el color y los protagonistas, los decorados se reducen al mínimo y los plazos de rodaje nunca exceden la semana por episodio, de modo que una película de hora y tres cuartos se filma en un máximo de cinco semanas. Los guionistas se incorporan a la producción con la misma premura que los intérpretes: escriben su episodio y a otra cosa. En la serie velan sus primeras armas futuros directores como Ettore Scola o Luigi Magni.

Gran varietà toma como excusa el retrato de medio siglo de la historia de Italia reflejado en los modos y costumbres del escenario del Teatro Trianon, de los cuplés picarescos afrancesados al avanspettacolo, pasando por la revista de gran lujo o el fine dicitore que le toca en suerte a Vittorio De Sica. Aquí comparecen de consuno el intérprete formado bajo el ala de Mattòli y el espectador de galas líricas. El fine dicitore es una suerte de cantante-recitador que dramatiza el contenido de sus canciones. Trasnochado en su repertorio y en sus modales, se niega a aceptar que el público prefiera el cine a la canción y que un cantante de sus características deba utilizar ese nuevo invento infernal: el micrófono.

Lea Padovani, su compañera de reparto, interpreta a una soubrette inspirada en Anna Fougez, reina de las perlas, las plumas de avestruz y las escalinatas en los tabarines de los años diez y veinte del pasado siglo. Entre ambos existe una rivalidad descarada –la ascendente estrella femenina y la declinante masculina- que se resuelve en el escenario a base de trucos para robarle la escena al otro y entre cajas con insultos escupìdos entre dientes. Se lleva la palma el que le lanza Anna cuando se da cuenta de que una bailarina del conjunto (Delia Scala) le hace monerías a sus espaldas: “¡Faraón! ¡Sultán! ¡Nabucodonosor!”

La escenificación de una canción sentimental a más no poder titulada “Juguetes y perfumes” termina como el rosario de la aurora y el veterano fine dicitore se empeña en lanzar a la bailarina como nueva estrella. El problema es que tiene éxito con el fox-trot y su propio arte se ha quedado ya caduco.
-“Al destino que viene resignarse conviene” –le espeta a su examante.
-Eso no es más que una canción.
-La vida es sólo una eterna canción.
-Piensa en mí alguna vez cuando la cantes.

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