Su reparto está encabezado por Christine Delaroche en el papel de Anne, una estudiante procedente de Clermont Ferrand que cursa primero de Medicina en París. En un baile de disfraces en la Sala Wagram conoce a Carlo (Nino Castelnuovo). El padre de Carlo fue partisano y ahora es un burgués. Por eso Carlo ha abandonado sus estudios y trabaja como fotógrafo. Anne y Carlo se sienten atraídos inmediatamente, hacen el amor y se ven separados por la multitud. Durante los días que siguen ninguno logra olvidar al otro. Anne se confía a Judith (Nadeige Ragoo), una compañera: cree estar embarazada. Algún tiempo después Carlo la localiza en la universidad. Está enamorado de ella y quiere casarse. Sin embargo, es incapaz de asumir la paternidad y le sugiere un aborto. El debate entre ambos pone en cuestión la situación de la sociedad contemporánea y la imposibilidad de traer al mundo hijos en estas condiciones, un tema que también tiene eco en ¿Y cuándo llegará Andrés?. Anne termina accediendo. Para poder pagar la intervención Carlo se prostituye. Cuando la señora acaudalada (la veterana Madeleine Robinson) se entera de para qué quiere el dinero le pone en contacto con una comadrona de confianza (Isa Miranda). Anne sube al piso y Carlo la espera en un café. Cuando ella regresa entran en un cine a ver un western. Entonces Anne le confiesa que ha decidido seguir adelante con el embarazo. Carlo se queda mirando la pantalla.
Los felices sesenta son para los maduros Zavattini y De Sica una década problemática. Comparten preocupación por la guerra fría en Europa, la caliente en Vietnam, el deterioro medioambiental, la amenaza atómica, el racismo, la violencia cotidiana... Por eso, Judith la mejor amiga de Anne, es togolesa. Por eso, cuando asisten a un atropello y piden ayuda para el accidentado, los transeúntes siguen su camino indiferentes . El París que retrata De Sica no es la Ciudad Luz, sino una ciudad moderna cualquiera, agresiva, inhóspita... Sólo los viejos barrios –los de las películas de Marcel Carné y los decorados de Alexandre Trauner– ofrecen refugio a los jóvenes amantes. Por eso Carlo se empeña en no traer una nueva vida a ese mundo viejo, que no es sólo el de los ideales equivocados, sino también el de la renuncia. Zavattini –por boca de Anne– afirma que entonces habrá que construir un mundo nuevo en el que su hijo tenga cabida, ese mundo nuevo por el que ya brindaba el idealista Michele con los soldados británicos en La cioaciara.
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