Éste interpreta a Renato, un exitoso compositor de operetas afincado en Budapest, mujeriego y plagiario. Lo primero afecta gravemente al orgullo Elissabetta (Nedda Francy), esposa abandonada en el pueblo donde también vive Alberto Miller (Vittorio De Sica), el autor de las melodías que están dando fama y notoriedad al amigo. Alberto, organista en la iglesia local y delicado cultivador de flores, está enamorado de Elissabetta. Complétese el cuadrilátero con una muchacha buena y honesta, que bebe los vientos por él y ya tenemos listo el enredo de una inane comedia de teléfonos blancos, submodalidad "a la húngara". La localización exótica es imprescindible, no porque la opereta que va a estrenar Renato se titule "Noches en el Danubio", sino porque hay amenazas de divorcio, duelos y otra serie de incidentes que nunca podrían tener lugar en la Italia fascista.
De todas formas, como era de prever, no llega la sangre al río. De Sica había hecho este mismo papel de joven romántico, un poco soñador y otro tanto liricoide, con ocasiones para el lucimiento en el terreno de la comedia física en la escena del duelo y en otra en la que cae al agua desde la barca. Pero todas estas cosas -y alguna más, como la perilla- ya las habíamos visto en Tempo massimo, un lustro y dos decenas de películas atrás.
Melodías pegadizas y números musicales de inspiración berkeleyana eran ejercicios obligados en los musicales de ambientación contemporánea. Finisce sempre così cubre así el hueco de cine de género que no llega de Estados Unidos a la Italia de Mussolini.