Il giudizio universale tiene evidentes puntos de contacto con la novela de Enrique
Jardiel Poncela La tournée de Dios. Y si el libreto de
Zavattini hunde sus raíces en aquel humor deshumanizado de la década de los veinte que empieza a
humanizarse a principios de los treinta, De Sica busca sus referencias en la misma época y en el cine de
René Clair. Claro que, a principios de los años sesenta, el humor del Bertoldo y el Marc’Aurelio
no puede estar más olvidado y el recién elegido miembro de la Académie
Française tendrá todos los reconocimientos oficiales que quiera, pero como
cineasta no puede haber caído en mayor desgracia. Los más fieros nuevaoleros ni
siquiera se molestan en desacreditarlo.
Su influencia -la de Clair, no la de Jardiel- es evidente en dos series
de episodios de Juicio Universal: los
que tienen que ver con la visita a Nápoles de Su Excelencia y el largo ballet
de los camareros y botones del hotel donde se hospedan el embajador y la gran
dama.
Su
Excelencia y su séquito son los herederos naturales de los capitalistas de Miracolo a Milano. Estos, cuando
negociaban el precio de los terrenos, se exaltaban tanto que las cifras perdían
sentido y sus pujas se convertían en ladridos. A pesar de sus chisteras y de
sus cuellos de piel son dos perros a la greña. En la tribuna de oradores de
Nápoles, con toda la ciudad congregada en la plaza, Su Excelencia romperá a
reír sin más. Son casi las seis, el Juicio Final va a comenzar y lo que el
pueblo precisa es una lección de sangre fría.
La película se estrena en septiembre de 1961, clausurando la Mostra de Venecia. Allí no convence a nadie. Unos piensan que le falta mordiente y otros que carece de unidad, que los episodios quedan demasiado deslavazados. Pesa más, nos parece, lo acomodaticio de los finales de los diversos episodios, algo que seguramente Zavattini y De Sica entendían como mero pesimismo pero que el espectador puede traducir como falta de implicación moral en la fábula. En Italia, se le reprocha también lo heterogéneo del reparto y la ausencia de intérpretes napolitanos que hubieran dado autenticidad a la localización. En el extranjero, por el contrario, donde el elenco interpretativo es precisamente el argumento de venta, choca la variedad de registros y la excentricidad de la propuesta. A las pantallas de Gran Bretaña y Estados Unidos ni siquiera llega.
La película se estrena en septiembre de 1961, clausurando la Mostra de Venecia. Allí no convence a nadie. Unos piensan que le falta mordiente y otros que carece de unidad, que los episodios quedan demasiado deslavazados. Pesa más, nos parece, lo acomodaticio de los finales de los diversos episodios, algo que seguramente Zavattini y De Sica entendían como mero pesimismo pero que el espectador puede traducir como falta de implicación moral en la fábula. En Italia, se le reprocha también lo heterogéneo del reparto y la ausencia de intérpretes napolitanos que hubieran dado autenticidad a la localización. En el extranjero, por el contrario, donde el elenco interpretativo es precisamente el argumento de venta, choca la variedad de registros y la excentricidad de la propuesta. A las pantallas de Gran Bretaña y Estados Unidos ni siquiera llega.
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