Aprovechando la circunstancia novelesca del rodaje de La puerta del cielo, que no sus protagonistas reales, el antiguo crítico cinematográfico Maurizio Ponzi rueda el largometraje de ficción A luci spente (2004).
Un director homosexual e izquierdista, un primer actor fascista hasta
la médula y una diva enamorada de un fugitivo comunista que se ha refugiado en
el rodaje protagonizan una historia que pese a estar destinada a la gran
pantalla sólo podemos calificar de televisiva tanto en planteamiento como en
realización. El formalismo, el tono cálido de la fotografía y el cuidado en el
vestuario, en fin, todo lo que termina resultando la columna vertebral de A luci spente, entra en completa
disonancia con las pretensiones iniciales del director ficticio de rodar una
película neorrealista, en la que sigamos a la gente que viaja en el tranvía y
veamos a la primera actriz cocinando, según explica a ésta. La incompatibilidad
se hace explícita cuando el equipo corre a rodar la entrada del ejército
estadounidense en Roma. Las imágenes en color viran entonces a blanco y negro y
un zoom nos acerca a la lente de la
cámara. El rodillo de salida se imprime sobre viejas imágenes tomadas en las
circunstancias que se están recreando, pero la cesura entre las calidades de
ambos materiales es de tal calibre, la diferencia entre el relamido blanco y
negro procedente de un lavado de color del material actual y el contraste y
definición de los documentales cien veces contratipados es tan profundo, que la
operación que pretendía legitimar la historia narrada no hace sino desmentirla.
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